martes, 7 de mayo de 2024

Libro: Albert Camus - La Peste

Obra de Albert Camus, publicada en 1947, establecida en la ciudad de Orán, una ciudad como cualquiera otra, una prefectura francesa en la costa argelina francesa. La ciudad, en sí fea. Su aspecto es tranquilo y se necesita cierto tiempo para percibir lo que la hace diferente de las otras ciudades comerciales de cualquier latitud. En Orán los extremos del clima, la importancia de los negocios, la insignificancia de lo circundante, la brevedad del crepúsculo y la calidad de los placeres, todo exige buena salud. 

La mañana del 16 abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera.  Pero para él no era nada. Se veían ratas muertas en la calle, por todos lados. El día 17, envió a su enfermiza esposa de viaje en tren a un sanatorio. Se ven ratas muertas en la estación de ferrocarril y él está relajado, ya pasará. Conoce al periodista Raymond Rambert y en la entrevista le dice directamente a Rieux que estaba haciendo un reportaje para un periódico importante de París sobre las condiciones de vida de los árabes y quería datos sobre su estado sanitario. 

Ya desde el día 18 el tema de las ratas muertas era crítico. Cientos de ellas aparecían cada mañana en las calles. El municipio decidió recolectarlas y enviarlas al incinerador de la ciudad. Pasados los días Rieux se encontró con el portero del edificio donde vivía enfermo. Con bultos y dolores en el cuello, axilas e ingles.  Le pidió que descansara y en la noche que iría a visitarlo. Al llegar a su departamento encontró a su enfermo medio colgando de la cama, con una mano en el vientre y otra en el suelo, vomitando con gran desgarramiento una bilis rojiza en un cubo. Después de grandes esfuerzos, ya sin aliento, el portero volvió a echarse. La temperatura llegaba a treinta y nueve con cinco, los ganglios del cuello y de los miembros se habían hinchado, dos manchas negruzcas se extendieron en un costado. Se quejaba de un dolor interior. 

Otro personaje es Jean Tarrou, quien escribe una especie de diario de los que sucede en la ciudad que visita. Nos habla del tema de las ratas muertas por centenares y los primeros casos de esta enfermedad como una fiebre letal. Además nos entrega una descripción de nuestro protagonista Rieux: 

“Parece tener treinta y cinco años. Talla mediana. Espalda anchas. Rostro casi rectangular. Los ojos oscuros y rectos, la mandíbula saliente. La nariz ancha es correcta. El pelo negro, cortado muy corto. La boca arqueada, con los labios llenos y casi siempre cerrados. Tiene un poco el tipo de un campesino siciliano, con su piel curtida, su pelambre negra y sus trajes de tonos siempre oscuros, que le van bien. Anda deprisa. Baja de las aceras sin cambiar el paso, pero de vez en cuando sube a la acera opuesta dando un salto. Es distraído manejando el coche y deja muchas veces las flechas levantadas, incluso después de haber dado la vuelta. Siempre sin sombrero. Aires de hombre muy al tanto”

Ya con el pasar de los días, sumando la cantidad de enfermos de esta extraña fiebre con terribles dolores, se habla en el entorno de Bernad Rieux que esto es “la peste”. La peste bubónica que hace décadas no daba casos, según el libro en París, y en las zonas templadas hace muchos muchos años sin casos. Rieux trataba de asimilar lo que sucedía y pensaba en lo que se venía para la ciudad de Orán y la pérdida de las libertades para él y sus ciudadanos. 

A la luz de los hechos la ciudad comienza a organizarse, de forma sutil, por la supuesta aparición de la peste. Las autoridades comienzan de forma discreta a informar sobre esta fiebre letal. Rieux, renuente a informar inmediatamente que se trataba de peste bubónica, pide a las autoridades no alertar de forma irresponsable a la población.  Al otro día, él ya veía los primeros carteles que informaban sobre esta epidemia y comenzaban a salir en la prensa escrita de Orán las primeras noticias sobre los casos de la peste bubónica.

Cada uno tuvo que aceptar vivir al día, solo bajo el cielo. en tales momentos de soledad, nadie podía esperar la ayuda del vecino; cada uno seguía solo con su preocupación.

Mientras los habitantes se adaptaban a este inapropiado exilio, la peste ponía guardias en las puertas de la ciudad y hacía cambiar la ruta de los barcos que venían hacia Orán. A la gente de la ciudad les costaba comprender lo que les pasaba, a pesar de sus preocupaciones personales. Nadie había aceptado la enfermedad. Al público le faltaba un punto de comparación con la enfermedad, los casos y los muertos.

Orán tomó un aspecto singular. Las calles y los café llenos de gente. Nadie a pesar del cierre de casi todo, se sentía cesante; sino de vacaciones. El Padre Paneloux desde su orilla, pensando que en aquellos años tenía cierta influencia en la Iglesia aún en la sociedad argelina, ordena en sus plegarias que los habitantes de Orán se acerquen a la Iglesia y al abrigo de Dios, ya que la peste es un designio del divino, una prueba de él a los habitantes de la ciudad y que la única forma de sobrevivir a tal pandemia es orando y pedir a Dios día día por sus vidas. Por medio de estas palabras los habitantes día a día se acercaron más y más a la iglesia de Orán a rezar y a pedir por sus vidas. 

Esta fue una de las grandes revoluciones de la enfermedad. Todos nuestros ciudadanos acogían siempre el verano con alegría. La ciudad de Orán se abre entonces hacia el mar y desparramaba a su juventud por las playas. Este verano, por el contrario, el mar tan próximo estaba prohibido y el cuerpo no tenía derecho a sus placeres. En ese verano la gente estaba atiborrada en los cafés y restaurantes. El tranvía era el único medio de transporte que seguía pese a la peste. Los números de muertos por la enfermedad crecían día a día. Por la escasez de papel, los periódicos lanzaban sus ediciones con menos páginas de información. 

Tarrou y varios hombres formaron grupos sanitarios para combatir la peste y el doctor Castel puso toda su confianza y su energía en fabricar sueros, sobre el terreno, con el material que tenía. Tanto Rieux como él esperaban que un suero fabricado con cultivos del microbio que infestaban la ciudad tendría una eficacia más directa que los sueros venidos de fuera, puesto que el microbio difería ligeramente del bacilo de la peste, tal como era clásicamente descrito. Castel esperaba obtener su primer suero con bastante rapidez. 

La Enfermedad, que aparentemente había forzado a los habitantes a una solidaridad de sitiados, rompió al mismo tiempo las asociaciones tradicionales, devolviendo a los individuos a su soledad. Esto era desconcertante. Hubo incendios y actos vandálicos y de rebeldía que obligaron a las autoridades a convertir el estado de peste en estado de sitio y aplicar las leyes pertinentes. Se fusiló a los ladrones, pero es dudoso que eso hiciera impresión a los otros, pues en medio de tantos muertos, esas dos ejecuciones pasaron inadvertidas: eran una gota de agua en el mar. La única medida que pareció impresionar a los habitantes fue la institución del toque de queda. A partir de las once, la ciudad, hundida en la oscuridad más completa, era de piedra. Era una necrópolis donde la peste, la piedra y la noche hubieran hecho callar, por fin, toda voz. 

La peste no dio tregua a Rieux y al resto de sus colaboradores. El Padre Paneloux que se había sumado a los grupos de apoyo sanitarios enfermó y murió sin saber a ciencia cierta si había sido la misma peste que había llegado a su vida. Llegó el frío invierno y las calles se mantenían sin vida. La peste se había llevado la vida comunitaria, las vidas de los seres amados y cerrado cortinas y puertas de sus deudos. Hasta que pasado las semanas las ratas volvieron a hacer de las suyas, como un síntoma de que la peste decayó de manera progresiva. Hasta los gatos volvieron a hacer de las suyas después de meses de encierro y miedo. 

Todos querían creer que la peste puede llegar y marcharse sin que cambie el corazón de los hombres. Para madres, esposos, amantes que habían perdido toda dicha con el ser ahora confundido en una fosa anónima o deshecho en un montón de ceniza, para esos continuaba por siempre la peste. Negaban tranquilamente, contra toda evidencia, que hubieran conocido jamás aquel mundo insensato en el que el asesinato de un hombre era tan cotidiano como el de las moscas, aquel salvajismo bien definido, aquel delirio calculado, aquella esclavitud que llevaba consigo una horrible libertad respecto a todo lo que no era el presente, aquel olor de muerte que embrutece a los que no mataban. Negaban en fin, que hubieran sido aquel pueblo atontado del cual todos los días se evapora una parte en las fauces de un horno, mientras la otra cargada con las cadenas de la impotencia, esperaba su turno. 

La peste había sido exilio y separación en el más profundo sentido de la palabra. 

Los intereses y deseos individuales son dejados de lado para la causa de derrotar a la peste. Se deja en segundo plano el amor, la fama y el dinero para destruir al invasor. Albert Camus da alegorías de la “resistencia” ante un invasor, que podría referirse a la resistencia francesa al ejército nazi en la Segunda Guerra Mundial. Invasor que cambió la paz y vida de los franceses en todos sus aspectos. Sin lugar a dudas la vida de los habitantes de Orán cambia. En su comercio, transporte, vida social y economía. 

Lo mejor del hombre se ve en los momentos más oscuros. El doctor Rieux, sus colegas y colaboradores se unen desinteresadamente con sus mayores esfuerzos para combatir esta epidemia. Otro aspecto visto en esta obra son las limitaciones a las libertades individuales de los habitantes de Orán. Como recalqué, lo individual deja de existir para establecer lo colectivo. Son los sacrificios que los habitantes deben sufrir para sobrevivir.

Clásico de la literatura universal, que enfrenta al hombre a sus sombras, miedos y amenazas. Enemigos que no se pueden combatir si no es en lo colectivo, con desinterés, entrega y sacrificando lo más amado. Clásico existencialista. Imprescindible. 

Título: La Peste
Autor: Albert Camus 
Originalmente publicado: 1947
Idioma: Español
Formato: e-book
ISBN: -
Páginas: 249 páginas
Calificación: Imprescindible