sábado, 15 de abril de 2023

Libro: Hermann Hesse - Siddharta

 

Siddharta, hijo de un respetado Brahman se relaciona con samanas, que son ascetas vagabundos que viven de la limosna, decide seguirlos ya que adivinaba que ya había henchido hasta la plétora el recipiente, y, sin embargo, el recipiente no se encontraba lleno. Su espíritu no se hallaba satisfecho, el alma no estaba tranquila, el corazón no parecía saciado. Siddharta parecía estar a menudo cerca del mundo celestial - celeste, pero nunca lo había alcanzado completamente, jamás había saciado la última sed. Tampoco ninguno de todos los sabios que conociera, y de cuyas enseñanzas disfrutó, había conseguido ese mundo celestial que apaga la sed eterna para siempre.

Por la noticia de convertirse un samaná, el corazón de su padre se llenó de ira, se calzó de intranquilidad, se saturó de miedo, se nutrió de pena. Pero la decisión estaba tomada. Desde entonces Siddartha solo vistio el taparrabos y la descosida capa de color tierra. Comió solamente una vez al día y jamás alimentos cocinados.

Para Siddharta todo era mentira, todo apestaba, olía todo a hipocresía, todo aparentaba tener sentido y felicidad y belleza, más sin embargo, todo era ignorancia y putrefacción. Siddharta tenía un fin, una meta única: deseaba quedarse vacío, sin sed, sin deseos, sin sueños, sin alegría ni penas. Deseaba morirse para alejarse de sí mismo, para no ser yo, para encontrar la tranquilidad en el corazón vacío, para permanecer abierto al milagro a través de los pensamientos. 

Siddharta se entrenaba en la despersonalización, en el arte de ensimismarse según las nuevas reglas de los samanas. Ensimismarse: huir del yo por medio del ayuno, la respiración y abandono del cuerpo. Es breve escaparse del yo, una breve narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida. La misma huida, la misma breve narcosis encuentra el hombre del alcohol. Entonces ya no siente su “yo”, ya no experimenta los dolores de la vida; en aquel momento ha encontrado una breve narcosis. Todo eso lo alcanza el mismo samaná después de largos ejercicios: escapar de su cuerpo y permanecer en el no-yo. Así alcanzaremos el consuelo, alcanzaremos las narcosis, aprenderemos artes para engañarnos, pero lo esencial, el camino de los caminos ese no lo hallaremos.

Así tras tres años viviendo con los samanas y surgió de lejos una noticia, un rumor, una leyenda: había surgido un hombre, llamado Gotama, el majestuoso, el buda, que en su persona había superado el dolor del mundo y había parado las ruedas de las reencarnaciones. Jetavana, en el jardín de Anathapindika, el lugar donde vive el hombre santo, conoce a Gotama, pero su doctrina y palabras no son atrayentes ni impactan las ideas de Siddharta. Si su amigo Govinda es atraído por las ideas del buda y se queda con él en su monasterio. Siddharta sigue su viaje.

Comprendió que algo ya no existía en él, algo que siempre lo había acompañado y que había sido parte interesante de su ser durante su juventud: el deseo de tener profesores y de recibir enseñanzas. Era el yo, del cual se quería librar, al que quería superar. Pero no lo conseguía tan solo podría engañarlo, únicamente podía huir de él, esconderse. Pensó volver a su hogar, pero la idea le pareció un retroceso, prefirió avanzar, seguir solo y vivir solo su “despertar”. Un despertar, ahora Siddharta participaba del mundo porque observaba y se maravillaba de lo que existe, las maravillas del mundo, “sentir su voz interior”.

Siddharta no hace nada, solo espera, piensa ayuna, sin hacer nada, sin moverse: se deja llevar, se deja caer. Su meta lo atrae pues él no permite que entre en su alma lo que pueda contrariar su objetivo. Eso es lo que Siddharta ha aprendido de los samanas. es lo que los necios llaman “magia” y cree que es obra de los demonios. Nada es obra de los  malos espíritus, estos no existen. cualquiera puede ejercer la magia si sabe pensar, esperar y ayunar.

Conoce el arte del amor, que no se puede recibir placer sin darlo, que todo gesto, caricia, contacto, mirada, todo lugar del cuerpo tiene su secreto, que al despertarse produce felicidad al entendido. Todo por medio de Kamala, mujer rica y de alto estatus social, que Siddharta conoce siendo un  samaná. Siddharta se convierte en su discípulo, su amante, su amigo. Allí, junto a ella, encontraba valor y sentido a la vida, no en los negocios de Kamaswami. Otro personaje, que es un hombre de negocios que trabaja para él y  enseña a Siddharta el arte de los negocios. Siddharta ya vestía trajes y zapatos elegantes y caros. Le llevaba regalos caros a Kamala. Siddharta no era verdaderamente un comerciante. Jamás lo sería. Los negocios nunca apasionan su alma. Pero posee el secreto de las personas que tienen éxito sin esforzarse, ya sea por su buena estrella, por magia o por algo que habrá aprendido de los samas. El alma de Siddharta no se hallaba en el comercio. Su corazón, la fuente del sol no participaba.

Todos quitan, todos dan: esa es la vida, le enseñó Kamaswami. Cada uno da lo que tiene. El guerrero da fuerza; el comerciante, mercancías, el profesor enseñanzas; el campesino, arroz; el pescador, peces. Siddharta sabe pensar, esperar y ayunar. Ayuna: lo más inteligente cuando no se tiene comida, el hambre obliga. Escribir es bueno, pensar es mejor. La inteligencia es buena, la paciencia es mejor.

Siddharta tenía en su interior un sosiego, un refugio donde podía retirarse en cualquier momento. Pocas personas lo tienen y sin embargo lo podría poseer todos. Lleva su meta, su ley. Los otros son hojas guiadas por el viento. Su hoja cae de forma directa. Un samaná no ama, no quiere.

Siddharta había conocido y experimentado los placeres de la vida. A tener mucho dinero, una casa con criados, un jardín en las afueras de la ciudad y además manejar muchos negocios y dinero. Además de jugar y apostar grandes cantidades de dinero. dinero que perdía pero recupera cobrando a sus deudores con mayor vehemencia. También pasaron los años y envejeció, era la fatiga de un largo camino sin objetivo concreto y apareció el temor a la vejez, al otoño, a la muerte.

Además lo que más le repelía era su propia persona, su pelo perfumado, su boca con olor a alcohol, su piel cansada, marchita, deshidratada. Deseaba en medio de la multitud de hastíos, deshacerse de esos placeres, esas costumbres, de toda su vida inutil e incluso de sí mismo. Contento con los nuevos placeres, pero nunca satisfecho, había pasado mucho tiempo sin oír la voz, sin llegar a ninguna cumbre; durante largos años el camino había sido monótono y llano, sin elevado objetivo, sin sed, sin elevación. Siddharta abandonó esa vida y se marchó. Kamala quedó en cinta después del último encuentro con Siddharta.

Ya lejos de la ciudad, Siddharta caminó por el bosque. Solo había una cosa con certeza: No podía volver, que la vida que había llevado durante años había pasado, concluido y que la había gozado hasta hastiarse. Siddharta estaba lleno de fastidio, de miseria y muerte; ya no existía nada en el mundo que pudiese alegrarle o consolarlo. Ya no existían objetivos; lo único que palpitaba era una ansiedad profunda y dolorosa de arrojar ese sueño confuso, de escupir ese vivo soso, de zanjar esa vida miserable y vergonzosa. Deseaba la muerte.

A punto de morir en un río, sintió una voz llegar desde remotos lugares de su alma, del pasado de su agotada existencia. Era una palabra, una sílaba que repetía maquinalmente, una voz balbuciente; se trataba de la vieja palabra, principio y fin de todas las oraciones de los Brahmanes. El sagrado “Om”, “lo perfecto” o “la perfección”. Despertó su espíritu adormecido y reconoció la necesitas de su intención.

Realmente su vida ha seguido un curso muy especial, dando muchos rodeos. De chiquillo solo había oído hablar de dioses y sacrificios. De mozo solo se entretenía con ascetas, pensamientos, meditaciones, buscando a Brahma, venerando al eterno “atma”. Ya de joven seguía a los ascetas, vivió en el bosque, sufrió calor y frío, aprendió a pasar hambre, aprendió a apagar su cuerpo. Entonces la doctrina del gran Buda le pareció una maravilla; sintió circular en su interior todo el saber de la unidad del mundo, como si se tratara de su propia sangre. No obstante, tuvo que alejarse del mismo buday del gran saber. Se fue y aprendió el arte del amor con Kamala y el comercio con Kamaswami; amontono dinero, malgasto, aprendió a contentar su estomago, lisonjear sus sentidos. Necesito muchos años para perder su espíritu, para olvidarse del pensar y la unidad. El mismo río en el que renació, se convirtió en su hogar.

El agua corría y corría, siempre se deslizaba y sin embargo, siempre se encontraba allí, en todo momento. Y no obstante siempre era agua nueva. Siddharta conoce al barquero llamado Vasudeva, quien le dice que río le ha hablado. Es el mismo barquero quien le dice que no es un sabio y que no sabe hablar y tampoco pensar. Solo sabe escuchar y ser piadoso. Para el resto del mundo el río era un obstáculo. El río está en todas partes a la vez, en su fuente, en la desembocadura, en la cascada, en la balsa, en la catarata, en el mar, en la montaña, en todas partes a la vez. Para él solo existe el presente y desconoce la sombra del futuro. El tiempo era el temor y la tortura. Debía superarse y anularse. 

Al acercarse la muerte del buda Gotama la misma Kamala, quien se había acercado a la espiritualidad, deseaba estar con él y comenzó su viaje con su hijo, Siddharta. Una víbora la muerde y causa su muerte y anteriormente su reencuentro con el mismo Siddharta. Él la guía a la muerte. Ahora tenía un hijo que cuidar.

Siddharta vivió un proceso de aceptación y se sumergió en el amor por su hijo. El muchacho rechazaba esa vida simple y humilde. Vasudeva le indicaba que debía dejar a su hijo, pero Siddharta se negaba, hasta que el muchacho se reveló, les robó y se fue al pueblo. Siddharta lo siguió, pero luego comprendió que lo debía dejar. Se volvió a la choza y nunca volvió a hablar de él con su amigo Vasudeva.

Obra que fue escrita a finales de la Primera Guerra Mundial, pero que tuvo una repercusión veinte años después al obtener Hermann Hesse el Nobel de Literatura en 1949. Tuvo fama por un compendio de las inquietudes de los adolescentes, del ansia del encuentro con lo esencial de sí mismo, del orgullo del individuo enfrentado al mundo y a la historia. 

En lo personal, se transformó en un viaje hacia la iluminación y de obtener una doctrina propia, una forma de vida única. Al decir que las palabras no tiene una real importancia, sino las mismas acciones eran las que realmente hablaban con uno. Libro que es una segunda lectura en lo personal, y siendo ahora mucho más significativo por las enseñanzas y estilo de vida entregados. Personajes sabios y entrañables de los cuales se puede sacar una verdadera lección filosófica de la vida misma. Un imprescindible a toda luz.

Título: Siddharta
Autor: Hermann Hesse
Originalmente publicado: 1922
Idioma: Español
Formato: ebook
ISBN: -
Páginas: 144 páginas
Calificación: Imprescindible